Copas selecciones
Yo no lo vi
22 de Junio de 1986. Inglaterra. Partido 5
¿Cuántas cosas se pueden hacer en diez segundos y seis centésimas? Digamos 11, como para redondear. Uno no puede ni lavarse las manos ni los dientes. Tampoco calentar una infusión, sea te, leche o café. Servirle gaseosa a una familia tipo muy probablemente sea una actividad más extensa que esos 10.6 segundos. Hasta podemos desafiar aún más esta premisa y decir que para comunicarse con otra persona por celular, para que ese hombre o mujer atienda una llamada, también se necesita más tiempo.
Son las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano.
Muchísimo más en Argentina donde la efectividad de las compañías telefónicas es inversamente proporcional a la cantidad de insultos que esgrimimos cuando no podemos llamar, “whatsappear” o buscar en Google, con mayúscula necesidad, el nombre de pila del 5 de Albania. Como si de eso dependiera el futuro de nuestro país o porque no del mundo entero. Pedir una hamburguesa, una gaseosa o cualquier medicamento en Farmacity cuando te atienden por una minúscula ventana, también nos lleva más de una decena de segundos.
52 metros. 44 pasos. 12 toques de balón. Todos de zurda.
¿Entonces cómo puedo ser culpable? No sólo yo, por supuesto. Lejos estoy de ser el ombligo de algo, de ser el único. Hablamos de cientos de miles de personas. Culpable, según la Real Academia Española, viene del latino culpabĭlis, es un adjetivo y dícese del que tiene la culpa de algo. Así que no es mi caso, no tengo nada que ver. La dueña de los significados en el mundo me da derecha. Insisto, simplemente se dio.
“Todavía puedo verlo corriendo hacia mí, en ese infierno de gol”, Terry Fenwick.
Yo no vi el gol de Diego Maradona a Inglaterra. ¡Y no señor! No maté a nadie, no juzgue por demás. Usted me entiende. El que tiene diez años, quince, veinte, veinticinco y porqué no treinta o treinta y cinco… Ellos sí me entienden. A ellos también les pasó. Alguna vez lo tienen que haber pensado. Alguna vez tuvo que vagar esta idea por su cabeza. No es mi culpa y de hecho no sé si alguien realmente la tiene. ¿A quién tendría que apuntar mi dedo índice? ¿A la naturaleza? ¿A Dios acaso? (no, el 10 no, el otro).
“No fue falta de disciplina de nuestra defensa, no hubo errores, sólo fue el genio de un jugador que eludió a la mitad de nuestro equipo”, Bobby Robson.
Y mira que mis viejos me tuvieron cuando eran muy jovencitos, a los 24. O sea que ellos tampoco tienen nada que ver. Te lo digo porque son los primeros que se te pasan por la cabeza viste… Pero si los responsables son ellos por no haberme tenido antes, también puedo repartir la culpa y darles unos porotos a mis abuelos o a mis bisabuelos o a los padres de ellos, tanos y portugueses repartidos por la vieja Europa. ¿O acaso por qué ellos no concibieron antes a sus respectivos hijos? Así yo hubiera nacido antes…
“Si me la hubiera pasado, yo habría convertido el gol con mucha facilidad, pero no habría sido el mejor de la historia de los Mundiales”, Jorge Valdano.
Claro que lo vi. Vi cientos de vídeos, de imágenes. Escuché decenas de historia, de relatos, de entrevistas. Pero no lo viví. No estuve ahí en la cancha o enfrente del televisor a color, quizá blanco y negro, junto a mis amigos, junto a la familia. No oí las palabras de Víctor Hugo Morales y Julio Ricardo o las de Mauro Viale y Oscar Gañete Blasco. No tuve la oportunidad de sintonizar Canal 13 para que en mis oídos retumben con las descripciones de Carlos Parnisari, acompañado de Rolando Hanglin y del fenomenal Leopoldo Jacinto Luque.
«Si lo ponés junto a los cinco ingleses a los que eludió, y los hacés correr 50 metros, Maradona llega último. Hizo una marca atlética pésima”, Fernando Signorini.
Vivirlo no es lo mismo que sentirlo, aunque las repeticiones también nos puedan transportar hacia ese lugar. La realidad es que no existe 4D posible que pueda llenarnos la piel de esos globitos, de esas diminutas bolas que adentro contienen vaya uno a saber qué, cómo de seguro le sucedió a más de uno en aquel 22 de junio de 1986. Piel de gallina o pollo, le dicen. La sensación de no distinguir si el astigmatismo se apoderó de nosotros o sólo son las lágrimas las que nublan nuestro cuadro de visión. La boca no se seca como se pudo haber secado ese domingo por la tarde de Argentina. El abrazo con el otro no tiene el mismo valor, la misma energía, el mismo calor. Los significados son parecidos pero no iguales, similares pero no originales.
“Aquel gol a los ingleses con la ayuda de la mano divina, es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios”, Mario Benedetti.
Y la verdad es que está bien así, y que no se malinterprete. Los que pudieron vivirlo, los que pudieron disfrutar de aquel momento, del partido más recordado en la historia del fútbol argentino, también debieron soportar lo suyo. Porque ocultarse para no desaparecer estuvo bien lejos de mi niñez. Porque no ver más a tu amigo, a tu hermano, a tu vieja o a tu abuela, no fue siquiera una posibilidad real en mi vida. De por sí ya es doloroso para una madre ver partir a su hijo, ni me imagino lo que sucede cuando viaja al frío más cruel, desprotegido y desentrenado. Sin comida y regalado. Por capricho de otros que bien calentitos estaban cerca de sus estufas.
“Si bien nosotros decíamos que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de Malvinas, sabíamos que estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos y a los sobrevivientes”, Diego Maradona.
Esto se dio así, quizá como un “premio” para esa generación. Y hasta me retuerzo de vergüenza cuando digo “premio”. Situaciones como esa difícilmente puedan curarse con un gol, con una jugada, con un deporte. Posiblemente sea una imprudencia de mi parte, pero en el sentido metafórico de la comparación, la frase puede ser correcta. En definitiva sirvió el intento, al menos.
“Burruchaga y Valdano me ayudaron mucho porque me acompañaron en toda la jugada, entonces yo podía amagar y seguir”, Diego Maradona.
Porque como reafirma Eduardo Sacheri en su fantástico cuento “Me van a tener que disculpar”: “El afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos había sido demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable”.
“El jugador piensa que ya es hora de explicarle a todos quien es él, quién ha sido y quien será hasta el final de los tiempos”, Hernán Casciari.
Y pensar que Alí Bennaceur, el árbitro tunecino, pudo haber cobrado falta de Sergio Batista sobre Glenn Hoddle. Pero no. El juego siguió. El calor mexicano no fue impedimento para el Checho, quien quitó y jugó con el Negro Enrique. Y éste para Maradona… Y ahí nomás arrancó Maradona, el genio del fútbol mundial…
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