Historias
Zapatero Ilustre
Gracias al convenio existente entre la Universidad de Barcelona y la Universidad Nacional de La Plata, donde estoy realizando un Máster en Deporte, pude instalarme unos meses en la ciudad catalana. Mi hermana, quien vive aquí hace un año, facilitó el hospedaje, y nuestro pasaporte italiano, la residencia. Hace unos días ambos nos reíamos que nuestro apellido, Reichenbach, poco de italiano tiene. Pero hoy ya, en este mundo, aunque algunas fuerzas políticas quieran negarlo, todos somos de todos lados.
Mientras termino unos trabajos de la facultad, miro pasajes a Berlín con la idea de acercarme a mis líneas ancestrales y se me viene a la cabeza mi abuelo, Juan Adolfo Reichenbach, contándome la historia de su abuelo, Hugo Dardo, quien vino del entonces Imperio Alemán en 1882. Había nacido en 1865 y con apenas 17 años ya era consciente del imperialismo que alborotaba la zona. Hugo era zapatero, zapatero de oficio, como su padre, que tenía una Academia (así me explicó mi abuelo) de zapateros en BUTTDAST, unos kilómetros al sur de Berlín. Zapatero también era Adolf Dassler y su hermano, Rudolf, que cocían zapatos a mano en la lavandería de su madre, en Herzogenaurach, Baviera, por los años ’20. Claro, también en Alemania. Adi, así le decían, comenzó a expandir su empresa previamente a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, cuando le regala unas botas a Jesse Owens, futuro ganador de cuatro medallas de oro en aquella cita olímpica en la que Adolf Hitler le muestra al mundo la efectivización de las ideas imperialistas del siglo anterior.
Luego de la guerra, celos y disputas familiares hacen que los hermanos se distancien. Adi funda Adidas y Rudolf, Puma, en el otro extremo de la ciudad. La lucha se intensificó y la discordia llevó la competencia a lugares inhóspitos. La paridad la rompe Adi en el Mundial de 1954 en Suiza, más precisamente en la final. Jugaban Alemania y Hungría, el equipo sensación del torneo, que ya jugaba el fútbol total con falso 9 mucho antes que Rinus Michels, Johan Cruyff y Pep Guardiola, y que a su vez había goleado 8-3 al equipo bávaro en la primera fase del torneo. Esa noche, conocida como el Milagro de Berna, Hungría comenzó ganando 2-0, pero debido a la enorme tormenta que se desató, Adi, quien se sentaba en el banco de suplentes por su amistad con el entrenador Sepp Herberger, decidió cambiar las botas de sus compatriotas, obligándolos a colocarse unas con tacos intercambiables. Alemania ganó 3-2 y Adi, a partir de allí, logró expandir su marca de tres tiras por toda Europa. Para aquel entonces, Horst Dassler, el único hijo varón de Adi, comenzó a familiarizarse con la empresa e hizo activa su participación en los JJ.OO. de Melbourne 1956 y Roma 1960. Allí, debido a sus contactos, logró detener en la aduana la mercancía Puma hasta el final de los Juegos. Ya de jovencito, comenzó a demostrar su impronta.
Horst abrió una filial francesa en Landersheim, la cual será la base de operaciones desde la década del ’70. Allí no solo construye el Imperio Adidas, sino que inició a tejer una red de control político sobre el deporte. En palabras de Thomas Kistner, escritor de FIFA MAFIA, creó un servicio de inteligencia del deporte, una CIA del deporte. Allí se reúnen con todas las personalidades destacadas del mundo del deporte, de la FIFA, de las confederaciones y del COI. Su primer gran golpe son las elecciones de la FIFA en 1974. Allí Joao Havelange, hijo de un traficante de armas belga, colaborador de la dictadura brasileña y boliviana y creador de su fortuna a partir del juego ilegal en su país, tomó el poder gracias a las maniobras de espionaje de la CIA de Dassler que ya habían comprado los suficientes votos para derrocar a Stanley Rous, presidente hasta entonces. Los sufragios africanos y asiáticos se cambiaron por dinero para el progreso de las confederaciones deportivas de aquellos continentes. Esto fue demandado en reiteradas ocasiones, pero la FIFA de Dassler siempre tuvo una maniobra para perpetuarse en el poder.
Havelange y Dassler comenzaron a hacer dinero con la incipiente y creciente televisación de los partidos. Para el Mundial ’78, Omar Actis era el encargado de la Comisión Organizadora del Mundial de Argentina, en tiempos de dictadura feroz. Actis, contó Kistner, era una persona estricta con los gastos y se oponía a comprar los derechos de televisación a color porque suponía un gasto muy caro. Havelange y Dassler eran conscientes del potencial económico que perdían televisando los partidos en blanco y negro. Poco (o mucho) se sabe de cómo termino la novela. El día que Actis iba a dar la conferencia para dar a conocer el plan de gastos del Mundial, fue asesinado. Su sucesor, Carlos Lacoste, en cambio, se mostró interesado por los patrocinadores que ofrecían la televisión a color. Lacoste, demandado (solo unos meses) por asesinato, buscó asilo en la FIFA, donde fue nombrado como Vicepresidente.
La venta de los derechos de transmisión a color del Mundial ’78 dio enormes ingresos a la FIFA, que ya era investigada por lavado de dinero y malversación de fondos. A partir de allí, muchos países comenzaron a reclamar la participación mundial de este medio en los acontecimientos deportivos. Y Dassler ya había entendido que el deporte en sí mismo como producto del mercado tenía más ganancias que la venta de artículos deportivos. Así, en 1981 colocó a José Antonio Samaranch como líder del Comité Olímpico Internacional. El español, amigo de Francisco Franco y gobernador en aquella época de Cataluña, huye de su país tras la muerte del Generalísimo, escapando de la queja social. Su perfil era del agrado de Dassler y su CIA, que luego de los JJ.OO. de Moscú en 1980 lo sitúan en el poder. El irlandés Michael Killanin, presidente en ese entonces, comentó antes de irse que «pensaba que el cargo de presidente del COI no estaba a la venta». Un año después el COI retiró la regla según la cual los deportistas profesionales no pueden competir en los Juegos Olímpicos.
La gente de Dassler realizó nuevas competiciones. Las federaciones deportivas se instalaron en Suiza atraídas por privilegios fiscales y protegidas contra el seguimiento de la corrupción. Ahí se creó un nuevo mundo empresarial, escondido en el cuarto de la autonomía deportiva. La televisación, la publicidad y la profesionalización de los deportes hacen que los directivos puedan vivir muy bien ocupando cualquier alto cargo de una federación. Pero Dassler no llegó hasta allí. A partir de las presiones de la UEFA y las crecientes demandas por corrupción, el CEO de Adidas mueve el banquillo y crea un despido decoroso del hasta entonces secretario Helmut Kaser, quien también estaba presionando a Havelange por las incongruencias económicas de la Federación. En su lugar ingresó un personaje instruido en 1974 y 1975 en las oficinas de Landersheim. Joseph Blatter, el preferido de Dassler, quién será el secretario hasta 1998, cuando sucede a Havellange en el mandato de la FIFA.
Es necesario introducirse en el mundo que describe Kistner. Empresas creadas por Horst Dassler y sus hombres, como ISL y TEAM, que a su vez compran los derechos televisivos de mundiales, Juegos Olímpicos y competiciones deportivas, para venderlos y luego generar fondos para nuevas empresas fantasmas, para la compra de votos, para la perpetuación en el poder. Un aparato burocrático formado por un círculo vicioso que mantiene vivo “los valores del Deporte”. Es muy interesante ver cómo Havelange y sobre todo Blatter van sorteando una y cada una de las demandas por corrupción contra la Federación y sus allegados, tales como Ricardo Teixeira y Julio Grondona, por nombrar los más reconocidos. Dassler, el Padrino, muere de cáncer en abril de 1987, unos días antes de mi nacimiento. A su íntimo funeral acudieron Havelange, Blatter y Juan Antonio Samaranch, corroborando así la armoniosa relación dinámica que implementaron. La empresa quedó en manos de las cuatro hermanas de Horst que luego se la vendieron al empresario francés Bernard Tapie por 243 millones de euros en 1990. En poco más de una década Horst Dassler había sacado a la antigua cúpula deportiva de dignatarios y caballeros «y los había reemplazado por una pandilla de creadores de redes de contacto adictos al dinero», tal como afirma el escritor alemán.
Les conté que el abuelo de mi abuelo era zapatero y recién llegado del Imperio Alemán se alojó en los conventillos de Barracas. Allí, Hugo Dardo, quien hablaba cinco idiomas y le gustaba el teatro, cocía zapatos para los marineros del puerto de Buenos Aires. Por su interés por el arte, la arquitectura, la música y la literatura, no tuvo la audacia de los Dassler para convertir su marca en una potencia neoliberal. Por suerte. Su hijo, Juan Manuel, mi bisabuelo, nació en ese lugar. Luego emigraron a Junín, pero la crisis de 1929 hizo que cerrara la empresa de usinas donde trabajaba. Desde ahí recayeron en Verónica, donde en 1937 fundaron el Cine San Martín, que en octubre cumpliría 80 años. El cine funcionó hasta 1989, cuando debió cerrar por los Havelange y los Blatter de la industria cinematográfica de turno que monopolizan la producción y el consumo de las películas. En tiempos donde abundan los agentes comerciales, las tarjetas de crédito, la cómplice exposición mediática, donde la gestión directiva del deporte es solo viajar, gastar, tener socios clandestinos y estrechar la mano, es necesario pensar que las cosas pueden funcionar de otro modo. Solo basta leer quién ha escrito la historia.
Mientras, sigo mirando pasajes a Berlín. Encuentro una oferta a Cardiff. Mañana se juega allí la final de la Champions League. De un lado, la Juventus, que con Massimiliano Allegri ha recuperado su potencial internacional. Pero, es inevitable pensar cómo el club ha quedado pegado en las últimas décadas a la Mafia de Traje, la mafia invisible que opera en la política pero también en el deporte a través de las apuestas, el narcotráfico y la corrupción. Me cuentan unas italianas que ya no es tan invisible como antes y que la Juventus es la representación deportiva de tal movimiento, y que, por ejemplo, le ha costado el descenso a la Serie B hace algunos años. Del otro lado está el Real Madrid, equipo de la capital española que durante tantos años ha representado el Franquismo y la realeza en Europa y el mundo. Pero este análisis quedará para otro momento. Descarto, eso sí, esa opción de vuelo. Ninguno representa, en mi opinión, el capital cultural que puede transformar el fútbol y el deporte. Y a los dos los viste Adidas.
- AUTOR
- Federico Reichenbach
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