Figuras Silenciosas
Zizinho: La figura que no quiso serlo
Son las 9 a.m, Zizinho no pegó un ojo en toda la noche, es 16 de Julio, un día normal para cualquiera, pero para él no. Cada vez que se acerca esa fecha no puede dormir. Trata de despejar su mente, de relajarse, pero es en vano.
Cada 16 de Julio le viene a la memoria aquella final, aquel gol, aquel silencio en el Maracaná. Todos los años, el mismo día, siempre suena su teléfono. Sabe quién es, por eso evita contestar. Está cansado de repetir una y otra vez lo mismo, de tener que pedir disculpas por lo que pasó, por la sencilla razón que una pelota se haya metido en el arco contrario.
“Siempre hay periodistas que quieren saber por qué perdimos contra Uruguay. ¿Por qué no van a preguntarle a Pelé y a Romario cómo ganamos los otros Mundiales? Pues no, únicamente quieren hablar de 1950″ decía Zizinho cada vez que le preguntaban por ese fatídico partido con Uruguay. Aquel partido final del Mundial de 1950 marcaría su vida para siempre.
Un año después del Mundial de 1938, el mundo entró en guerra. Casi todos los países europeos sufrieron miles de muertes y ciudades enteras quedaron devastadas por los combates bélicos. Con una situación así, la idea de hacer un Mundial en Sudamérica tomó fuerza. Brasil ya se había postulado en 1940 como opción, pero recién en 1948 fue elegida sede oficial.
Los brasileños prepararon aquel evento como una gran fiesta. Tanto fue así que crearon el estadio más grande del mundo: El Maracaná. Un lugar con capacidad para más de 160.000 personas, algo inaudito para la época. Además, su construcción imponía respeto y los gritos de la gente hacían que aquello se transforme en algo mágico. El entusiasmo de los cariocas era tanto que permitió construirlo en un tiempo récord para su magnitud .
Mientras tanto, en la cancha, la Verdeamarelha (que en ese momento jugaba de blanco) se transformaba poco a poco en una potencia sudamericana y mundial. Conquistando en 1953 la Copa América bajo la conducción, en la cancha, de Zizinho, quien manejaba los hilos del equipo. Incluso en aquella Copa América fue goleador con 17 tantos, una marca que aún hoy ningún jugador supo superar.
El Mestre Ziza (como le llamaban) llegó al Mundial 1950 siendo figura del Flamengo. Allí debutó y rápidamente se hizo con el primer triplete del campeonato estadual brasileño en 1942, 43 y 44, entre otros títulos. Convirtió 146 goles en 329 partidos y fue (hasta la llegada de Zico) el máximo ídolo del club. Un dato curioso es que justamente en 1950, meses antes de la competencia, pasó al Bangu, donde también sería figura y estandarte en su historia.
A pocos días de comenzar el torneo, Brasil hervía en exitismo y alegría. Eran capaces de pasar del amor al odio en instantes. La realidad era que aquel equipo brasileño era tan mimado y halagado por periodistas e hinchas como criticado e insultado por los mismos cuando no se ganaba o no se exhibía un buen fútbol. Se notaba en el ambiente, y el primero que sucumbió a ese clima fue Flavio Costa, DT de la Canarinha.
Así fue como, aún con sus jugadores estrellas, Costa decidió no poner a Zizinho ni en el debut ni en el segundo partido frente a Suiza. En el primer partido evitó los insultos ya que golearon a México por 4 a 0 en un Maracaná repleto y extasiado de triunfalismo. Todo cambió cuando en el Morumbí empataron con Suiza 2 a 2 (e incluso estuvieron a punto de perderlo en el final). El DT brasileño había elegido contentar al público paulista poniendo en cancha varios jugadores del San Pablo. El equipo se fue abucheado y con la lupa puesta en el siguiente partido, donde se jugaban la clasificación. Brasil se enfrentaba por primera vez a quien terminaría siendo su verdugo: su propio pueblo.
Nuevamente, el Maracaná era testigo privilegiado del futuro de Brasil en el Mundial. Esta vez, la alegría del primer partido cambió por un murmullo agobiante. Flavio Costa dio un giro de timón y decidió poner, por primera vez, su equipo de gala. Esta vez con Zizinho en cancha.
El rival era Yugoslavia, que venia con sus delanteros titulares como goleadores del torneo. Todo se derrumbó con el temprano gol de Ademir a los 4 minutos. Y en un soplo, Brasil volvió a ser una fiesta.
Yugoslavia intentó empatar el partido, incluso tuvo sus chances, pero Zizinho apareció para terminar con cualquier esperanza europea anotando el segundo tanto a los 23 del segundo tiempo. Brasil pasaba de ronda, con un público feliz pero expectante de cómo jugase contra los rivales de peso.
Si para los brasileños llegar a la instancia final del Mundial del 38 fue un calvario, el del 50 fue todo lo contrario. Con un equipo aceitado y con todos sus titulares y figuras en cancha, vapularearon a Suecia por 7 a 1 y a España por 6 a 1. Brasil explotó en júbilo nuevamente. Veían el Mundial en sus manos, más aún cuando se enteraron que Uruguay había empatado 2 a 2 frente a los españoles. Una vez más, el exitismo invadió las calles de Río, pero faltaba un partido más. Aquel fatídico 16 de Julio en el Maracaná.
Se pueden decir muchas cosas. Que Brasil se confió, que el publico influyó en los jugadores, que la culpa la tuvo el arquero Barbosa por no atajar el remate de Alcides Ghiggia, que la culpa la tuvo Ademir por convertir en todos los partidos menos en la final. Incluso gente que culpó a Zizinho por haber sido marcado notablemente por el uruguayo Antonio Puchades. La realidad fue que, ante los ojos de su propio publico, Brasil sufrió el primer gran triunfo inesperado en la historia de los mundiales. Aún así, el propio Ghiggia declaró lo que pasó aquel día con descarada sinceridad: «La verdad es que si ese partido lo jugábamos otras 99 veces, las perdíamos todas, pero ese día nos tocó el partido 100».
Casi nadie recordó que Zizinho fue elegido como mejor jugador del torneo. No había tiempo para eso.
Todo lo que pasó después de al derrota ante Uruguay fue una tristeza absoluta para los brasileños. Mientras los que estaban en el Maracaná lo sufrían en carne propia, un solitario hombre miraba pasmado el televisor frente a su hijo. Lo primero que le salió es quebrar en llanto. «No llores, papá. Yo voy a ganar la Copa del Mundo por ti ¡Te lo prometo!» alcanzó a decir aquel joven. Ese niño se llamaba Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Casualidades o no, el día de mayor frustración en mundiales se convirtió en el nacimiento de la joya que llevaría a Brasil a sus dos primeras estrellas. Aquel día, tanta tristeza sirvió para forjar a su próximo héroe. Aunque para hablar de él, aún faltan varios mundiales.
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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